El Foso de los Cocodrilos
Desde 1981 a 2003, algunos de los momentos más simpáticos y grotescos en Carranza vinieron marcados por el foso, el “Foso de los Cocodrilos”.
Antecedentes
Durante los primeros años del fútbol en Cádiz, los aficionados se tomaban los partidos como algo jocoso, sin el más mínimo respeto a los jugadores ni al partido en sí. En los primitivos campos del Tiro (Campo de Las Balas), Hipódromo, Ana de Viya o Velódromo, a los aficionados les gustaba seguir los partidos desde detrás de las porterías, siendo varias las ocasiones en las que invadían el terreno de juego, incluso para meter o salvar un gol.
Por otro lado, también era frecuente que atravesasen el campo durante el partido. En estos partidos no había ninguna presencia de fuerzas de seguridad, pues no dejaban de ser partidos entre amigos. Ante las reiteraciones de estas situaciones, el Mirandilla FC decide rodear el recinto deportivo del Velódromo de una alambrada y poner una pequeña valla de seguridad entre el terreno de juego y la zona de los espectadores.
Cuando desde mediados de los años treinta, el fútbol se fue profesionalizando, el cariz jovial se fue transformando en algo más pasional, de tal manera que las invasiones de campo y las interrupciones del juego venían marcadas por unas intenciones más violentas. Especialmente graves son los incidentes producidos en diciembre de 1931 en el campo del Velódromo en un partido “amistoso” entre el Mirandilla FC y el Jerez Sporting Club. Hay muchos heridos y el partido debe suspenderse.
Desde entonces se comienza a tomar más en serio las medidas de seguridad y se solicita la presencia efectiva de las fuerzas de orden.
Cuando la SCD Mirandilla FC inaugura su Campo de Deportes en 1933, la separación del terreno de juego del público es un estético vallado de madera de menos de un metro de altura. Posteriormente fue reemplazado por un pequeño muro de la misma altura.
El murito del Carranza
Durante las primeras décadas de la dictadura franquista, en los acontecimientos deportivos solía haber una alta presencia de las fuerzas policiales, incluso militares. No estaba la cosa para muchos excesos. Cuando se inaugura el estadio Carranza en 1955, no hay presencia de vallas, tan sólo un pequeño muro de arcadas de cemento de apenas medio metro, que separa el terreno de juego de la grada de “banco de pista”, que era la más baja del estadio.
El césped como grada
Después de muchos años de historia, en la temporada 1976/77 la trayectoria del equipo ilusiona con el primer ascenso a Primera División. La afición está tan ilusionada como volcada con el equipo entrenado por Enrique Mateos. En febrero de 1977 se juega en Carranza un partido crucial por el ascenso, frente al Real Sporting de Gijón, uno de los máximos rivales por esa proeza.
El número de aficionados desborda todas las expectativas. No para de entrar gente y el graderío no puede dar cabida a todos, sobre todo en la grada de Preferencia. La situación se desmadra hasta el extremo que las fuerzas policiales permiten al sobrante de aficionados acceder al césped y sentarse detrás de las líneas de demarcación del terreno de juego. Y así comienza y desarrolla el partido, con una buena parte de los aficionados sentados en el césped. Había situaciones en las que el juez de línea tenía incluso dificultades para correr la banda, teniendo que saltar alguna que otra pierna de aficionado. No obstante, todo ocurrió con normalidad, excepto el marcador, que terminó reflejando la superioridad sportinguista, que se impuso por 1 a 5.
Afortunadamente, al final de temporada, el Cádiz CF terminaría consiguiendo el ansiado primer ascenso a Primera división.
Obligación de vallas metálicas de seguridad
Unas semanas después de este histórico partido, la Federación Española instaba a todos los clubes a cumplir una normativa de la UEFA del año anterior (1976), por la cual se obligaba a instalar vallas metálicas de seguridad o fosos para separar a los aficionados del terreno de juego e impedir así la invasión del mismo.
Para la temporada siguiente, el cadismo estrenaba la gloriosa División de Honor y también se estrenaban en Carranza las vallas de seguridad, cuyas zonas bajas fueron también aprovechadas para los primeros anuncios publicitarios. También fueron un buen espacio para que los grupos de animación, sobre todo “Brigadas Amarillas” colocasen sus pancartas y banderas.
Sin embargo, las vallas de seguridad terminaron convirtiéndose en un grave peligro para los aficionados, pues ante cualquier avalancha o tumulto, actuaban como barrera y los daños por asfixia y aplastamiento eran grandes.
Dicha gravedad tuvo su máxima expresión en la final de la Copa de Europa disputada en el estadio Heysel de Bruselas el 29 de mayo de 1985, entre el Liverpool y la Juventus, donde murieron 39 aficionados de la Juve aprisionados entre las vallas y la multitud.
Este dramático acontecimiento fue un epílogo del que ocurriría en Hillsborough, en Sheffield (Inglaterra) en 1989, con 96 personas muertas por aplastamiento contra las vallas.
Esto obligaba a replantearse definitivamente la seguridad de las vallas, decidiendo los altos estamentos deportivos su total eliminación.
Eliminación de las vallas en Carranza
En Carranza las vallas se eliminaron mucho antes, en 1981, como parte de una remodelación que también incluía la construcción de la visera de Tribuna, una nueva iluminación, la reforma de los vestuario, la instalación de un nuevo césped y la construcción de un foso de seguridad (en sustitución a las vallas) entre el terreno de juego y las gradas de aficionados. Algunas de estas obras, como la visera, quedaron aparcadas para más adelante.
Curiosamente el presidente Manuel Irigoyen sufrió un accidente visitando las obras de los fosos, fracturándose dos costillas.
El Foso de los Cocodrilos
El foso de Carranza, conocido popularmente como el Foso de los Cocodrilos, se contruyó en sustitución de las vallas como sistema de seguridad para evitar las invasiones del terreno de juego por los aficionados. Tenía una profundidad aproximada de dos metros, con medio metro de agua y cubierto por una fina red para evitar que los balones cayesen dentro.
Con el paso de los años y la falta de limpieza, en el foso se fue acumulando gran cantidad de basura, que mezclada con el agua y la tierra terminó conformando un asqueroso conglomerado de mierda. Había hasta bichos. Con razón terminó siendo conocido como el “Foso de los Cocodrilos”.
Realmente, la seguridad del foso no era tanto el porrazo que podías darte al caerte a él intentando saltar al campo, sino las infecciones que podías coger allí abajo. Eso era lo que realmente echaba a la gente para atrás. Algún que otro futbolista pagó el ímpetu de su carrera con una fortuita caída al foso, como le ocurrió al cadista Quique Cárcel; incluso a algún aficionado muy especial, como uno que iba disfrazado de mono y de tanto hacer el ídem, terminó cayendo al foso.
El foso se convirtió en una de las imágenes más clásicas y rocambolescas de Carranza. Recordar que entonces el partido se jugaba sólo con un balón y éste sólo se cambiada por autorización expresa del árbitro cuando “desaparecía”, cosa que era habitual cuando el equipo local iba ganando.
Extrañas “desapariciones” del balón
Había veces que el balón desaparecía literalmente al irse fuera del estadio, cosa que solía ocurrir por la grada de Preferencia. Algunos chavales, y no tan chavales, incluso se quedaban por allí en previsión de que esto sucediera. Había una doble posibilidad, una, que era “trincar” el balón y salir corriendo antes de que algún empleado del Club saliese en su busca; y otra que era entrar al estadio como heroico portador del balón.
Otra desaparición “misteriosa” del balón era cuando caía a la grada y entre los aficionados se lo iba pasando de uno a otro, ante la mirada desesperada de los jugadores visitantes y del árbitro, que agotada su paciencia solicitaba al delegado de campo la entrega de un nuevo balón. Ni que decir tiene que justo en ese momento, el balón inicial retornaba de la grada al terreno de juego, obligando a una nueva interrupción.
Y la tercera desaparición era la provocada por el foso.
El cachondeo del foso
Cuando el balón llegaba al foso podía quedarse en la red que lo cubría o caerse dentro. En cualquiera de los casos, se procedía a la intervención de los chavales recogepelotas parasu captura y devolución. Para ello disponían de un especie de camaronera, un palo con una cesta de red.
La habilidad de los recogepelotas era proporcional al resultado del partido en ese momento. En el caso de que el Cádiz CF fuese perdiendo, enganchaban el balón del tirón y lo devolvían al campo inmediatamente para que continuase el partido.
Pero en el caso de que el Cádiz CF fuese ganando, se convertían en los más torpes y manazas del mundo. Había que hacer lo imposible para perder tiempo y que el partido acabase cuanto antes y no se complicase el resultado. Y con el cachondeo añadido de toda la grada.
En las retinas de muchos cadistas quedan grabadas las imagen de ese balón rodando y botando por la red manteada por los aficionados y ese niño (o no tan niño) corriendo detrás con su camaronera para cogerlo. Y todo al grito de “iiiiin, iiiiiin, iiiiiiiiin…”. Y al final, lo más seguro es que se terminase cayendo al foso. Entonces comenzaba otra odisea. El recogepelotas (a veces más tocapelotas) hacía como que ponía todos sus esfuerzos en recuperar el balón, cuando realmente hacía todo lo contrario, todo ello ante la desesperación del jugador del equipo rival, que en algunos casos terminaba quitando al niño la camaronera e intentándolo él mismo. Si lo cogía rápido, bien, pero si no, el cachondeo de la grada se cebaba con él.
Y lo peor estaba por llegar, pues debido a la suciedad del foso, el balón salía impregnado en “mierda”. Los jugadores cadistas eran conscientes de este hecho, pero no así los visitantes, por lo que cuando finalmente cogían el balón se pringaban asquerosamente de aquel infecto mejunje.
Con las obras de reconstrucción del estadio Carranza iniciadas en 2003, se rellenaron los fosos, con lo que se acababa con unas de las imágenes más llamativas de Carranza.
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