La mujer en la historia del fútbol: futbolista, aficionada y periodista
Cuando el fútbol sea verdaderamente igualitario, entonces, y solo entonces, podrá hablarse del “deporte del pueblo”.
El fútbol ha sido histórica y culturalmente feudo exclusivo de hombres, de varones. La mujer, si acaso, solo tenía cabida como elemento decorativo. Cualquier otra participación femenina era rechazada e incluso violentada. El camino hacia la plena integración viene siendo lento, pero gracias a la fuerza, valentía y entusiasmo de algunas mujeres, tanto futbolistas, aficionadas o periodistas deportivas, ese camino se viene allanando. Aún así, sigue quedando mucho camino por recorrer.
En este artículo se hace una mirada retrospectiva sobre cómo ha ido evolucionando la integración de la mujer en tres contextos futbolísticos: jugadora, aficionada y periodista deportiva.
Este artículo es la fusión de dos artículos publicados por Manuel Granado Palma en la revista de la Universidad de Cádiz «Gaditana-logía» (dic. 2022).
INTRODUCCIÓN
El foot-ball, ese extraño sport llegado de Inglaterra, comenzó a popularizarse en España en los albores del siglo XX. Los marineros de los barcos ingleses anclados en los puertos españoles venían con el «virus” futbolístico en plena ebullición, organizaban sus teams y ocupaban cualquier explanada para disputar sus peculiares matchs de foot-ball. Lo que empezó siendo para la población local una actividad ridícula, terminó por contagiarlos.
Ni que decir tiene que toda esta actividad futbolística era absolutamente exclusiva para los hombres. Las mujeres vivían totalmente ajenas al nuevo sport, al igual que para cualquier otra actividad que no fuera la casa y la crianza. La exclusión de la mujer en el fútbol se consideraba normal. Algo natural. No obstante, influenciados por las prácticas en la Inglaterra victoriana, las mujeres se fueron incorporando a otros sports, siempre que pudieran mantener la “compostura” de su feminidad con una vestimenta “decorosa” y practicarlo en espacios privados. Desde entonces hasta nuestros días se ha avanzado en pro de esa igualdad, sobre todo en las últimas décadas, pero es un camino largo y tortuoso. Va más de un siglo y las diferencias siguen siendo abismales. ¡Tanto tiempo para tan poco! Mariana Conde (2008) argumenta que el fútbol forma parte de la cultura popular, confirmando que «la hegemonía no solo habita en el corazón de los dominantes, sino también en el corazón de los dominados, porque replica en ambos una forma particular del poder: el poder de género».
LA MUJER FUTBOLISTA
La primera referencia de un equipo de fútbol de mujeres se remonta a 1881 en Edimburgo (Lee, 2013), cuando un grupo de mujeres organizó su propio team. Jugaban partidos de exhibición, a modo de show. Mayor consideración merece el proyecto del British Ladie’s Football Club, surgido en Londres en 1895 y que tuvo repercusión internacional.
Su principal impulsora tenía el seudónimo de Nettie Honeyball. En una entrevista en 1895 en el Daily Sketch, Nettie Honeyball declaraba que el objetivo era «demostrar al mundo que las mujeres no son las criaturas ornamentales e inútiles que los hombres han imaginado» (Gil, 2020).
Finalizada la I Guerra Mundial (Rodríguez, 2007) se produjo un auge de la mujer en las prácticas deportivas, surgiendo muchos equipos de mujeres, principalmente en Inglaterra y Francia. En Inglaterra se popularizaron muchos equipos femeninos en fábricas, gremios y asociaciones, como el de la fábriza de municiones AEC.
Sin embargo, la progresión quedó estancada por los múltiples obstáculos. La denigración del fútbol femenino fue una constante a nivel mundial, sobre todo desde que en 1921 la Football Asociation (FA) les prohibió jugar en estadios.
Dicha prohibición se mantuvo hasta los años setenta, estrangulando cualquier atisbo de desarrollo del fútbol femenino. En 2008 la FA pidió disculpas públicas por tan injusta y vejatoria decisión (Tribuna Olímpica, 2019). Tras la II Guerra Mundial se inició un nuevo periodo de apertura de la mujer en el fútbol internacional, no tanto en España, constituyéndose la Asociación Internacional Femenina de Fútbol (1957) y la Federación Internacional de Fútbol Femenino (1969).
Fueron pasos que deberían haber relanzado definitivamente la igualdad de la mujer en el fútbol, pero no fue así. El camino se hacía a pequeños pasos: en 1971 se organizó un campeonato mundial de clubes en Italia y México.
En 1971 la UEFA autorizó a las federaciones nacionales incorporar en sus estructuras al fútbol femenino; en 1984 se organizó el campeonato de Europa de fútbol femenino.
En 1991 la FIFA celebró el primer campeonato mundial de fútbol femenino en China; y en 1996 se incorporó al programa de los Juegos Olímpicos.
En España, las perspectivas de la mujer para ser futbolista fueron aún más complicadas. La primera referencia de un equipo de fútbol de mujeres es de 1914, con la creación en Barcelona del Spanish Girl’s (Arrechea y Scheinherr, 2015). Tras su primer partido, divididas en dos equipos, el Montserrat y el Giralda, las crónicas “deportivas” fueron contundentes, centrándose en los inadecuados roles que estaba ocupando la mujer.
Mundo Deportivo (1914) señalaba: «Anteayer, en el campo del Español, jugose el primer partido de fútbol entre representantes del sexo débil, que en dicho día se parangonaron con el fuerte. (…) Esta primera actuación de la mujer en el viril fútbol, no nos satisfizo, no sólo por su poco aspecto sportivo, sino porque a las descendientes de la madre Eva les obliga a adoptar tan poco adecuadas como inestéticas posiciones, que eliminan la gracia femenil».
Durante las primeras décadas del siglo XX se fue reforzando la idea y la lucha de algunas mujeres por la igualdad, lo que fue calando en los sectores más progresistas, «siempre y cuando no conllevara una masculinización ni se realizara de manera excesivamente competitiva, ya que existía el miedo a que el deporte generara un rol femenino distinto al ideal, creándose mujeres decididas, seguras e independientes» (García-García, 2017). En este sentido, a diferencia de otros deportes, el fútbol se consideraba contraproducente para las virtudes esenciales de reproducción y crianza, amparándose en argumentos pseudocientíficos como los del doctor Gregorio Marañón. Todo esto conllevaba a una educación dicotómica marcada por el sexo (Vázquez y Moreno, 1997). A medida que avanzaba el siglo, se fue promoviendo la integración de las mujeres en diferentes modalidades deportivas, como gimnasia, natación o tennis, pero siempre a expensas de favorecer sus potencialidades femeninas. La práctica del fútbol seguía estando alejada de dicha naturaleza.
En los años veinte, en España, existieron dos casos destacados de mujeres que se aventuraron a cumplir su sueño de ser futbolistas: Ana “Nita” Carmona (Hurtado, 2001) e Irene González (Devesa, 2020).
La primera jugó en equipos de hombres, en el Vélez FC y el Sporting de Málaga, haciéndose pasar por hombre bajo el apodo de Veleta; y la segunda jugó de portera en un equipo infantil de A Coruña, que incluso llevaba su nombre, el Irene FC. Hasta mediados del siglo pasado, la participación de la mujer en el fútbol fue anecdótica y generalmente con un matiz grotesco, para desgracia y frustración de todas aquellas mujeres que, como Nita o Irene, amaban el fútbol y aspiraban a ser futbolistas de verdad.
Ante cualquier atisbo de mujeres futbolistas, las reacciones seguían siendo radicales. Así se atestigua en una crónica de La Jornada Deportiva (1923) titulada “El deporte ridiculizado”:
«(…) el fútbol no entra en los deportes que puede practicar la mujer; no puede colocarse al mismo nivel del tennis, la natación o el patinaje».
Xavier Torrebadella (2016) hace referencia a un artículo de opinión en El País de 1923 firmado por Pelayo Martorell (1923):
«(…) el fútbol es el menos femenino de todos los deportes (…) dejen a los hombres el fútbol, pues jamás será bello ver cómo caen las gráciles damitas a los embates brutales de la lucha, cómo sufren las armónicas turgencias de los senos los golpes rudos del balón; y como sus pies, cuya belleza es enemiga del tamaño, calzan los gruesos zapatos del futbolista (…) Que cultiven deportes apropiados, deportes en los que puedan ser siempre bellas sportwoman y que en el campo de fútbol se contenten con el papel de entusiastas espectadoras».
Más reaccionario aún se mostraba el periódico La Reclam en un artículo firmado por Braulio Solsona (1923):
«Hay otro orden de cosas (…) en el que las mujeres, descaradamente (…) se dedican a realizar funciones que se consideraban privativas de los hombres (…) la otra tarde, hemos visto jugar al fútbol a dos equipos femeninos. (…) Esas cosas son solo para hombres. La fuerza, el valor, la destreza, nos las hemos reservado en el reparto. Y a la mujer le hemos dejado el sentimiento, la delicadeza, la belleza y la gracia. No nos conviene que las mujeres, además de las cualidades que tienen, adquieran las que nos hemos reservado para nuestra defensa. Ya está, bien… (…) Las señoritas futbolistas fracasarán. Es decir, las haremos fracasar los hombres, porque así nos conviene, en legítimo derecho de defensa».
En un artículo en la revista Stadium (Guardiola, 1923) podía leerse:
«El fútbol femenino tiende a la formación del más completo, perfecto, acabado y espeluznante tipo de marimacho (…) Nosotros le tenemos horror al marimacho».
En la misma línea, González Aja (2003) rescata un texto de la revista Aire Libre de 1924 donde se declaraba que el deporte en las mujeres puede acarrearles pérdida de salud o la creación de tipo «marimacho», «y no sabemos cuál de los dos extremos es más lamentable».
Con tales condicionantes, era previsible que la progresiva integración de la mujer en el deporte en general y en el fútbol en particular fuese no solo complicada, sino prácticamente imposible.
Durante la II República se abrieron algunas puertas para la integración de las mujeres en muchas parcelas sociales y también deportivas, pero fue un momento fugaz que se apagó de raíz con el golpe de Estado de 1936 y la posterior dictadura. Sin embargo, con anterioridad al triunfo republicano en las urnas, se produjeron dos curiosos fenómenos sociales de fútbol femenino. El primero en Madrid, en julio de 1930 en Chamartín, donde se disputó un partido de “fútbol femenino” con fines benéficos entre las artistas del teatro Romea y las del Gran Metropolitano, teniendo gran repercusión mediática y siendo portada de la revista Crónica y un amplio artículo cargado de machismo y totalmente ajeno al fútbol.
El segundo, sucedido en Valencia en enero de 1931 (Echeverría, 2018), tuvo mayor trascendencia. Desde el Asilo de San Juan de Dios se organizó un partido de fútbol entre mujeres para recaudar fondos para comprar una lavadora. Al igual que en Madrid se enfrentaron las cantantes y actrices de dos teatros, en este caso las del Ruzafa y las del Apolo. Se jugó en Mestalla ante ¡doce mil espectadores!, consiguiendo superar cualquier expectativa.
Tal fue el entusiasmo que muchas mujeres, la mayoría empleadas de comercios, se animaron a la práctica del fútbol, llegando a organizarse hasta cuatro equipos valencianos, destacando el Valencia y el España, que completaron giras por toda España, llegando incluso a cruzar el “charco”. Pese a la gran repercusión, la experiencia se ahogó en sí misma y no pasó de ser un ilusionante proyecto.
Tras el boom del movimiento yeyé, ya en los setenta, sí surgieron en España renacidos intentos de mujeres por ser futbolistas. El mayor hito fue un partido jugado en el barrio de Villaverde de Madrid (Hidalgo, 2018) el 8 de diciembre de 1970 entre dos de los primeros equipos femeninos de España, el Sizam y el Mercacredit, teniendo incluso repercusión en el diario deportivo Marca. Entre todas las jugadoras destacaba la delantera Concepción Sánchez Freire, rebautizada como Conchi “Amancio” (Menayo, 2013-1).
Poco después se organizaba una selección española de fútbol femenino (Fra, 2021), aunque al margen de la Real Federación Española, cuyo presidente, José Luis Pérez-Payá, se oponía por una cuestión puramente estética: «No lo veo muy femenino desde el punto de vista estético. La mujer en camiseta y pantalón no está muy favorecida. Cualquier traje regional le sentaría mejor» (Menayo 2013-2).
Aquella selección extraoficial, donde destacaba la portera Carmen «Kubalita» Arce, jugó varios partidos de exhibición rompiendo muchos estereotipos y ganándose el respeto de una parte de la crítica deportiva y del aficionado.El partido inaugural fue el 21 de febrero de 1971 en La Condomina (Murcia) frente a Portugal, jugando con: Kubalita, Virginia II, García, Herrero, Feijóo, Angelines, Vázquez, Virginia I, Cruz, Conchi Amancio y Laura (Jiménez, 2020).
Apenas un año después aquella imagen de mujer futbolista perdía su dignidad con la organización de un partido jugado en Vallecas entre famosas artistas y mujeres de la prensa de sociedad, divididas en dos equipos: «Folclóricas» y «Finolis».
Aquello no fue un partido de fútbol, sino un esperpento cómico protagonizado por mujeres. Una ofensa para todas aquellas niñas y mujeres que soñaban con jugar al fútbol y ser futbolistas.
El más allá fue la prolongación del show con la película “Las Ibéricas” (1971).
La película se promocionaba como “once lindos mini-shorts” y ahondaba en los más rancios estereotipos machistas hasta el extremo de que una de las protagonistas presume de las palizas que le pega su novio.
Con la llegada de la democracia a finales de los setenta, se introdujeron cambios en el Código Civil en favor de la igualdad de género, recogidos en el artículo 14 de la Constitución. Volvió a incentivarse la lucha por la igualdad y se fomentó la participación de la mujer en el deporte, aunque de forma muy tímida, debido a tantos prejuicios sociales y culturales. La mujer futbolista seguía viéndose antinatural al considerarse una actividad reservada a los hombres. Habrá que esperar a 1988 para la primera liga de fútbol femenino en España, cuya primera categoría adquirió carácter profesional ¡en 2019!, pero ya con una rémora histórica abismal respecto al fútbol masculino. El tenista Rafael Nadal justificaba la brecha salarial entre mujeres y hombres en una rueda de prensa afirmando que «se tiene que conseguir que no se gane más o menos por ser hombres o mujeres, sino por la calidad del trabajo y lo que se sea capaz de vender o generar» (elDiario.es, 2019), ignorando la carga histórica de discriminaciones y barreras socioculturales que han sufrido las mujeres para poder llegar a donde están.
Actualmente la primera categoría de fútbol femenino en España, LigaF desde 2021, forma parte de la RFEF y es profesional. Está compuesta por dieciséis equipos, de los que solo cinco cuentan con una mujer entrenadora: Athletic Club, Madrid CFF, Valencia CF, Villarreal CF y Real Sociedad. Esta constante se repite a nivel de selección, donde el cargo de seleccionador lo ocupa un hombre. La primera mujer con el título de entrenadora fue Pilar Vargas en 1970, obteniendo el nivel nacional en 1991 (Lagos, 2008). En el plano del arbitraje, la situación es similar. La primera mujer árbitra en España fue Rosa Bonet, en 1979, pudiendo arbitrar solo hasta categoría juvenil por ley.
El propio presidente de la territorial madrileña le advertía del riesgo que conllevaba, argumentándole que «a los árbitros le pegan, pero a ti, por ser mujer, te violan» (Cortezón, Rivera y Espinosa, 2022). Habrá que esperar hasta finales del XX para volver a ver a una mujer en el equipo arbitral del fútbol profesional español, como fueron los casos de Carolina Domenech (1999) o Mª Luisa Villa (2007). En 2019 Guadalupe Porras (Nieto, 2022) asciende a árbitra asistente en la máxima categoría profesional del fútbol español.
En los últimos años se vienen produciendo hechos tan relevantes y significativos del fútbol femenino español, que hacen albergar esperanzas para la plena integración de la mujer: profesionalización de la primera categoría de fútbol femenino; el FC Barcelona campeón de la Liga de Campeones; el Camp Nou de Barcelona ha registrado dos récords mundiales consecutivos de asistencia de público; la jugadora Alexia Putellas lleva dos años (2021 y 2022) siendo galardonada con el “Balón de Oro” que distingue a la mejor jugadora del mundo; y en 2022 las selecciones sub-20 y sub-17 se han proclamado campeonas del mundo, la sub-17 por segunda vez consecutiva.
En consonancia con este creciente potencial del fútbol femenino español, cada vez son más las niñas y mujeres que juegan al fútbol en España, ya sea en el plano profesional o en el amateur. Casi todos los clubes profesionales cuentan con un equipo de mujeres, siempre en un estatus muy inferior al del equipo de hombres, tanto en presupuesto, en contratos y en condiciones e infraestructuras. Posiblemente acogiéndose a las palabras del ínclito Nadal. No obstante, pese a este crecimiento, el número de licencias federativas sigue siendo infinitamente inferior al de hombres. Según los datos del Anuario de Estadísticas Deportivas de la División de Estadísticas y Estudios de la Secretaría General Técnica del Ministerio de Cultura y Deportes (2022), el número de mujeres con licencias federativas de fútbol en 2021 representaba solo el 7,4% del total de licencias. Pese a ser un porcentaje tan bajo, hay que considerar que viene creciendo año tras año, desde el 4,7% que representaba en 2014, según los datos de la Subdirección General de Estadística y Estudio del Ministerio de Cultura (2013). Con estos porcentajes tan dispares, resulta evidente que la excelencia profesional sea mucho mayor en el fútbol masculino, aunque solo sea por una cuestión de probabilidades numéricas. Pese a las buenas perspectivas actuales, las niñas que quieren jugar al fútbol no lo tienen fácil, principalmente por la falta de equipos y competiciones que les den cabida.
LA MUJER AFICIONADA AL FÚTBOL
Las primeras participaciones de mujeres en el fútbol fueron como público, ocupando un lugar en las tribunas, a semejanza de las corridas de toros. Muchos de los equipos de finales del XIX y principios del XX surgían de clubes sociales, por lo que las mujeres de los socios (las mujeres no eran socias por sí mismas, sino «señoras de» un socio), o las mujeres de las autoridades, igualmente como “señoras de”, se dejaban ver en dichas tribunas. La prensa lo reflejaba por la “distinguida belleza” que irradiaban y al boato que conferían al evento: «destacaban su juvenil entusiasmo febril, su adhesión cordial y optimista, su risa contagiosa como música que anima a los espectadores, sus aplausos frenéticos, su forma de comentar las jugadas y su manera de llevar la contrariedad y el disgusto por una derrota con tristeza y en silencio. Eran presentadas como mujeres modernas que aman el tango, usan rímel, leen novelas amorosas, juegan al tenis y asisten risueñas al espectáculo del fútbol porque destaca la belleza de la salud y permite conservar el perfume» (Rodríguez, 2007). Jorge Uría (2008) describe «mujeres expectantes ante el despliegue de la virilidad normativa que se daba en los campos se derramaba en varios registros».
En otras ocasiones, la presencia de mujeres se debía a la celebración de un partido con fines benéficos. Un artículo de la revista Madrid Sport en 1916 animaba a las mujeres a acudir a los campos de fútbol para “estimular” a los jugadores: «(…) debemos poner cuanto esté de nuestra parte para que el foot-ball se os haga ameno, placentero, porque será la única manera de que sobre los barandales de nuestros campos sigan posándose vuestras manos blancas; para que los jugadores, aparte del convencimiento de su afición, tengan el estímulo de vuestra presencia, pues si el poeta dijo «por una sonrisa, un mundo»’, excuso deciros lo que darán los jugadores por cien aplausos (…) y terminaré pidiendo a todos que en los campos de juego os tengan en cuenta para no privarnos del encanto de vuestra presencia» (Rocamora, 1916).
En los años cuarenta y cincuenta comenzaron a construirse los grandes estadios. Por una cuestión de porcentajes, la presencia de mujeres creció, aunque manteniendo sus roles secundarios. Un ejemplo de ello es que las mujeres socias de los clubes de fútbol no tenían ni voz, ni voto en las asambleas, teniendo facultades equiparadas a un infantil (Rodríguez, 2007). Las pocas mujeres que acudían a los estadios lo hacían como acompañantes de un hombre, «el que la lleva al fútbol».
Muy ilustrativa al respecto es la letra de una canción italiana de los sesenta, “La partita di pallone”, popularizada en España como “Los domingos por el fútbol me abandonas” (Paskual, 2022). En ella se cuentan las “desdichas” de una mujer que se siente abandonada por su marido, que se va al fútbol. Ella le pide que la lleve “al partido alguna vez”, quedando a expensas de su autorización, pues en ningún caso se plantea irse ella a cualquier otro sitio, o al partido mismo, ya sea con él o sin él.
En las décadas posteriores, el número de mujeres en los estadios de siguió creciendo, primero acompañando a su marido, novio o hermano y, más recientemente, solas o con amistades. Actualmente, el número mujeres en las gradas sigue siendo muy inferior al de hombres, pero su presencia está mucho más normalizada. Pese al ritmo tan lento de integración de la mujer en los diferentes ámbitos futbolísticos, el de espectadora o aficionada es el que más ha avanzado, aunque estando aún muy lejos de la paridad.
LA MUJER PERIODISTA DEPORTIVA (FÚTBOL)
Si a lo largo de la historia la mujer ha venido ocupando un segundo plano en la dominio periodístico; en la parcela deportiva su inclusión es mucho más tardía. Y más aún si nos centramos en el fútbol. Sin embargo, en los últimos años los avances conseguidos son muy relevantes. Podría decirse que ha costado arrancar, ha costado mucho, pero una vez iniciada la marcha, se comienza a alcanzar una cierta velocidad con la que se aspira conseguir la igualdad.
Con la irrupción de Mari Carmen Izquierdo a inicios de los setenta; y posteriormente con Mercedes Milá, Olga Viza, María Escario, se rompían muchos tabúes y se reivindicaba la mujer en el periodismo deportivo.
La previsible progresión no tuvo la continuidad deseada, quedando estancada y reservándose a la mujer roles muy secundarios, como colaboradoras eventuales, entrevistando o llevando secciones de animación ajenas al propio fútbol. Eso, sí, asegurándose siempre que fueran mujeres jóvenes y físicamente atractivas. Sin embargo, desde hace unos años parece que el ritmo se ha acentuado, posiblemente favorecido por el auge y potencial que viene alcanzando el fútbol femenino español. A pesar de ello, todavía quedan por superar muchos prejuicios estereotipados. Quince periodistas deportivas denunciaron el acoso que reciben en redes sociales, no por su trabajo en sí, sino por ser mujer, como denuncia María Tikas (2019): «faltas de respeto, vejaciones, insultos e incluso amenazas. Esto es lo que sufrimos a diario las periodistas deportivas en un mundo que por desgracia sigue siendo de hombres».
Un paso especialmente relevante para romper esos prejuicios fue el trabajo de Natalia Arroyo, actual entrenadora del equipo femenino de la Real Sociedad, como comentarista y analista de partidos en Bein Sport y Gol TV. No se trataba solo de una mujer hablando de fútbol para «cubrir expedientes», sino una analista especializada con altos conocimientos técnicos y capacidad de transmisión. Es vergonzante, pero era necesaria la presencia de una mujer hablando a tan alto nivel para demostrar capacidades. Natalia desmontó tabúes y calló bocas. En las redacciones deportivas sobre fútbol han ido incorporándose más mujeres de forma progresiva, primero haciendo entrevistas a pie de campo, como Sara Carbonero, Isabel Forner o Mónica Marchante, que posteriormente también participará de analista y comentarista; presentando programas deportivos, como Danae Boronat, Susana Guach, Gemma Soler o Sandra Díaz; o analistas especializadas, cada vez más frecuentes, como Carme Barceló, Arancha Rodríguez, Blanca Benavent, Cristina Cubero, Lorena González, Patricia Cazón, Carmen Colino, Cristina Bea, Teresa Rodríguez, Helena Condis, Sara Carmona, Silvia Verde, Sandra Riquelme o Nerea Zusberro entre otras muchas. Además de ir aumentando igualmente el número de mujeres en las redacciones deportivas en las secciones de fútbol en prensa escrita y digital. Nerea Zusberro, actualmente también entrenadora del Tourin K.E., en una entrevista para El Diario Vasco (2022) opina que «es una carrera de fondo, es un mundo muy complicado, más para las mujeres. Es verdad que se está abriendo y hay más opciones, pero sigue siendo muy complicado a todos los niveles».
Otro hito de las mujeres en el periodismo deportivo se produjo el 12 de mayo de 2019 cuando la periodista Danae Boronat se convirtió en la primera mujer en narrar un partido de fútbol de Primera División para televisión, aunque fuese puntual. En el resto de Europa la situación no es mejor. En una entrevista para El Independiente (Ramos, 2019), Danae habla de la experiencia: «(…) de pequeña quería jugar al fútbol, pero mi madre no me dejó. (…) Tenía un pequeño equipo en el pueblo, pero nunca llegué a jugar de forma regular porque se veía como algo raro, y a mi me mandaban a bailar». Respecto a la situación de la mujer en el periodismo deportivo afirma que hay una progresiva incorporación en los últimos años, pero «no hay un techo de cristal, hay un techo de hormigón armado». Para la temporada 2022/23, lo avanzado por Danae se ha afianzado con la incorporación de dos mujeres narradoras de partidos de forma constante, Andrea Segura en DAZN y Alba Oliveros en Movistar.
Al igual que el resto de compañeros, ambas han recibido halagos y críticas, aunque como atestigua Andrea en su Instagram, algunas de ellas «han llegado por una razón: todos sabemos cuál. Esas nos recuerdan el largo camino aún por recorrer».
CONCLUSIONES
El fútbol no tiene género, puede ser diferente en algunas facetas, pero es tan natural en hombres como en mujeres. La brecha histórica y social creada entre fútbol y mujer se produce de manera artificial, fruto del pensamiento machista más reaccionario. Pero es una brecha arraigada durante décadas y que no es fácil de cicatrizar. Ha sido más de un siglo durante el que cualquier relación de mujer y fútbol ha sido sistemáticamente ridiculizada, reprimida, prohibida y castigada.
En las tres parcelas analizadas: la mujer como futbolista, como aficionada y como periodista deportiva, se observa un muy lento proceso de integración, con pequeños y eventuales pasos que parecían decisivos, pero que no llegaban a arraigar. Sin embargo, desde finales del siglo XX la integración de la mujer en esos tres sectores parece tomar un ritmo más acelerado, posiblemente impulsado por el gran nivel deportivo del fútbol femenino español. No obstante, el paso integrador más relevante, al margen del número, es la normalización social de las mujeres en los diferentes entornos futbolísticos. Aún así, todavía quedan muchas barreras por sortear y mucho camino por recorrer, como se demuestra en el acto de entrega de medallas en la Supercopa femenina en España, donde fueron las propias jugadoras quienes recogieron y se colocaron sus medallas, que estaban colocadas sobre una mesa.
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