Camus: Lo que le debo al fútbol
«(…) Après beaucoup d’années où le monde m’a offert beaucoup de spectacles, ce que, finalement, je sais de plus sur la morale ey les obligations des hommes, cést au sport que je le dois, cést au RUA que je l’ai appris (…)»
Que traducido resulta:
“(…) Después de muchos años, donde el mundo me ha dado muchos espectáculos, lo que finalmente aprendí con mayor seguridad sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al deporte, lo aprendí en el RUA (…)”.
Esta reflexión fue pronunciada por el filósofo y literato Albert Camus el 22 de enero de 1956 en una conferencia organizada por el Movimiento Liberal en el Cercle du Progrès (Círculo de Progreso) de Argel, con el título “L’Appel pour une trêve civile” (“Llamada a una tregua civil”), en pro de la reconducción pacífica del conflicto franco argelino. El texto del discurso se publicó en 1958 en “Actuelles III, Chroniques Algériennes”, después de haber sido consagrado unos meses antes con el Premio Nobel de Literatura de 1957.
La reflexión de Camus nos traslada a reconsiderar el fútbol, no sólo como una actividad deportiva, sino como un entorno que facilita unos condicionantes educativos extraordinarios, tanto por sí mismo, como por su correspondencia con la práctica totalidad de las vicisitudes de la vida social y de desarrollo personal. Un entorno socioeducativo que no solo abarca a las personas participantes del deporte, sino también a las espectadoras.
LO QUE LE DEBO AL FÚTBOL
En 1957 la revista deportiva “France Football” publicaba un entrevista a Albert Camus, titulado “Ce que je dois au football” (“Lo que le debo al fútbol”), donde el autor existencialista confesaba su amor por el fútbol y relataba su estrecha relación con el deporte desde que era niño. Comenzó jugando de delantero, pero terminó jugando de portero. Se dice que el paso a la portería se pudo deber a su dificultad para correr por sufrir tuberculosis; o también por la precariedad económica de su familia, pues jugando de portero gastaba mucho menos las suelas de sus borceguíes.
En este relato, el autor plasma la vida a través del fútbol y de cómo en la práctica deportiva se pueden encontrar paralelismos de todas las vicisitudes de la vida. Otra de sus frases en este sentido es: “Pronto aprendí que la pelota no siempre viene por donde se espera. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre recta”.
El texto completo es el siguiente:
“Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero cuando en 1940 volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había sido ayer. Antes de terminar el primer tiempo, tenía la lengua como uno de esos perros con los que la gente se cruza a las dos de la tarde en Tizi-Ouzou. Fue, entonces, hace bastante tiempo, en 1928, supongo. Hice mi debut con el Club Deportivo Montpensier. Solo Dios sabe por qué, dado que yo vivía en Belcourt y el equipo de Belcourt – Mustapha era el Gallia.
Pero tenía un amigo, un tipo velludo que nadaba en el puerto conmigo y jugaba waterpolo para Montpensier. Así es como a veces la vida de una persona queda determinada. Montpensier jugaba a menudo en los jardines de Manoeuvre, aparentemente sin ninguna razón especial. El césped tenía en su haber más porrazos que la espinillera de un delantero visitante del estadio de Alenda, Orán. Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice recta.
Al cabo de un año de porrazos y Montpensier en el “Lycée” me hicieron sentir avergonzado de mí mismo: un “universitario” debe jugar con la Universidad de Argel, RUA. En ese periodo, el tipo velludo ya había salido de mi vida. No nos habíamos peleado, sólo que ahora él prefería irse a nadar a Padovani, donde el agua no era tan “pura”. Ni tampoco, para ser sinceros, eran “puros” sus motivos. Personalmente encontré que su motivo era “adorable”, aunque ella bailaba muy mal, lo que me parecía insoportable en una mujer. ¿Es el hombre, o no, quien debe pisarle los dedos de los pies? El tipo velludo y yo prometimos volver a vernos. Pero los años fueron pasando. Mucho después comencé a frecuentar el restaurante de Padovani (por motivos “puros”), pero el tipo velludo se había casado con su paralítica, quien seguramente le prohibía bañarse, como suele ocurrir.
¿Pero qué es lo que estaba diciendo? Ah sí, el RUA. Estaba encantado, lo importante para mí era jugar. Me devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de práctica, y del jueves al domingo, día del partido. Así fue como me uní a los universitarios. Y allí estaba yo, golero del equipo juvenil. Sí, todo parecía muy fácil. Pero no sabía que se acababa de establecer un vínculo de años, que abarcaría cada estadio de la provincia, y que nunca tendría fin.
No sabía entonces que veinte años después, en las calles de París e incluso en Buenos Aires (sí, me ha sucedido) la palabra RUA mencionada por un amigo con el que tropecé, me haría saltar el corazón tan tontamente como fuera posible. Y ya que estoy confesando mis secretos, debo admitir que en París, por ejemplo, voy a ver los partidos del Racing Club, al que convertí en mi favorito solo porque usan las mismas camisas que el RUA, azul con rayas blancas. También debo decir que Racing tiene algunas de las mismas excentricidades que el RUA. Juega “científicamente”, pierde partidos que debería ganar. Parece que esto ahora ha cambiado (eso es lo que me escriben desde Argel). Cambiado, pero no mucho. Después de todo, era por eso que quería tanto a mi equipo, no solo por la alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches después de cada derrota.
Como zaguero estaba el «Grandote», Raymond Couard. Le dábamos bastante trabajo, si mal no recuerdo. Jugábamos duro. Los estudiantes, los nenes de papá, no escatiman nada. Pobres de nosotros, en todos los sentido, ¡muchos nos burlábamos de la dureza de nuestros propios pies! No teníamos más remedio que admitirlo. Y teníamos que jugar “deportivamente”, porque esa era la dorada regla del RUA, y “firmes”, porque, cuando todo está dicho y hecho, un hombre es un hombre. ¡Difícil compromiso! Eso no puede haber cambiado, estoy seguro.
El equipo más difícil era el Olympic Hussein Dey. El estadio quedaba detrás del cementerio. Ellos nos hicieron notar, sin piedad, que podíamos tener acceso directo. En cuanto a mí, ¡pobre golero!, vinieron por mi cadáver. Sin Roger ¡lo que hubiera sufrido! Estaba Boufarik, ese delantero grande y gordo, entre nosotros lo llamábamos «Sandia», se excusaba con un: «Lo siento nenito» y una sonrisa franciscana.
No voy a seguir. Ya me excedí de mis límites. Y entonces, me pongo reblandecido. Hasta en «Sandía» veo bondad. Además, seamos sinceros, esto era lo que nos habían enseñado. Y a esta altura, no quiero seguir bromeando. Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al deporte, lo que aprendí con el RUA, no puede morir. Preservémoslo. Preservemos esta gran y digna imagen de nuestra juventud. También estará vigilándolos a ustedes”.
Como escribe Luz Espinosa en “Cultura Colectiva”, a Albert Camus “(…) le gustaba el juego, la práctica de un deporte que unía a compañeros católicos y musulmanes, los campos de tierra llenos de muchachos barnizados por el crepúsculo argelino, la pasión, el ímpetu, el abrazo puro de la victoria y el poso amargo de cada derrota. El futbol, a fin de cuentas, es eso. Cuando la pelota echa a rodar, todo lo demás es accesorio”.
EL FÚTBOL COMO ELEMENTO EDUCATIVO DE VIDA
El concepto educativo sobre el fútbol que pueda tener cualquier persona ajena al mismo, será irremisiblemente de rechazo. La imagen del fútbol que nos llega a través de los mass media y las redes sociales es absolutamente negativo, pues todo lo que sobrepasa el apartado competitivo, son noticias y, sobre todo, imágenes, que reflejan violencia, caos, desorden, insultos, gestos soeces, etc. Sin embargo, sin obviar que esas conductas son reales, no es menos cierto que suponen una parte muy pequeña, casi anecdótica, sobre la inmensidad del fútbol, un deporte en el que cada día se ejercitan decenas de miles de personas, con una mayoría de menores de edad y donde cada fin de semana se disputan miles de partidos en todo el territorio español, si nos centramos solo en España, pues si lo extrapolamos al resto del mundo, los miles se convierten en millones. Pero por exigua que sea la proporción de negatividad, es tan grande la globalidad, que la correspondencia cuantitativa es numerosa y ruidosa y los efectos de gran trascendencia cualitativa. El resto de esa globalidad, es decir, la gran mayoría, esa inmensidad de personas que practican a diario el fútbol desde la deportividad y que compiten en armonía cada fin de semana, no solo quedan obviadas, sino que en el imaginario social quedan infectadas por la demencia.
La práctica del fútbol, incluso dentro de la pasión de la competición, permite educar en valores como el compañerismo, la solidaridad, el trabajo en equipo, en poner las cualidades y potecialidades personales al servicio del grupo, en la superación personal y como colectivo, en la planificación, la organización, la disciplina al servicio social, la amistad, la unión por un objetivo común, la justicia, la agresividad bien entendida frente a la violencia, la asertividad, la empatía, la toma de decisiones e iniciativas, la asunción de responsabilidades, etc. Todo ello, además, de la práctica deportiva y todo lo que por sí mismo reporta como favorable en el aspecto puramente físico y de vida saludable, pues viene asociado con una vida sana, que va desde el cuidado del cuerpo hasta de la salud. Pero no solo se educa en valores en la potenciación vivencial de los mismos, sino también se educa vivenciando los contravalores. Es decir, antes situaciones o actitudes contrarias a esos valores, está la capacidad educativa para hacerlos visibles como rechazables.
En la práctica del fútbol todos se igualan en pro del objetivo común y la potencialidad inclusiva no hace distinciones de raza, de ideología, ni de religión, ni de sexo, el abrazo en la consecución del gol y de la victoria une a todos en un estallido de emoción al alcance de muy pocas vivencias; al igual que la tristeza de la inversa, de la derrota.
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