Cuelos en Carranza
Por las circunstancias y controles actuales de los estadios de fútbol, con tornos en las entradas, asientos numerados, etc., podría decirse que el cuelo es una actividad en desuso, lo que no quiere decir que haya desaparecido, pero desde luego nada que ver con lo que se vivía hace unas décadas.
El cuelo en Carranza, colarse al estadio sin pasar por taquilla, ha sido desde siempre uno de los grandes clásicos de Cádiz, habiéndose manifestado en ello toda la capacidad imaginativa de la picaresca gaditana.
Cada cadista, sobre todo los más veteranos, tendrán en su memoria muchas vivencias sobre el tema del cuelo en Carranza. En este relato se hace un repaso de muchas de ellas, para curiosidad y conocimiento de los más jóvenes y para que los más veteranos las recuperen de sus recuerdos.
Están los cuelos de la chiquillería, los cuelos por la “jeta” y los cuelos por la “jota”, los cuelos de fuerza, los arriesgados, los descarados, los ingeniosos, los arriesgados, los sofisticados, etc. Cuelos para todos los gustos…
La chiquillería
Capítulo especial merece el cuelo de la chiquillería, de los cadistas más jóvenes. Estaban los que se apiñaban en alguna puerta de acceso, procurando elegir aquella donde el portero pareciese más condescendiente. Había algunos que nada más verle la cara, sabía que por allí… ni de coña. Los niños se apilaban en la puerta, procurando dar penita al portero, poniendo carita de “angelito”, casi sollozando, en espera de ablandar el corazón del portero, que con un gesto o mirada terminaba dando paso al chaval. Eso sí, una vez dentro, faltaba tiempo para que la carita de “angelito” se tornara en “diablillo” y se volviese para mostrar su victoria a los que todavía quedaban esperando fuera. La situación llegaba a ser muy parecida a la que se producía con las famosas montaneras para entrar en Residencia (Hospital Puerta del Mar) cuando sólo podían entrar dos personas por enfermo. Recordar que entonces no había tornos, por lo que los más impacientes aprovechaban cualquier descuido para echar corriendo hacia dentro. Esta práctica era bastante reprobable entre los chavales, pues provocaba el mosqueo del portero, que terminaba reaccionando contra los más pacientes que seguían esperando.
Normalmente los porteros eran bastante dados a dejar pasar a un adulto con un niño cogido de la mano. Así que otra posibilidad para el cuelo de la chiquillería era conseguir que algún adulto con entrada te diese la mano y lo colase como si fuera su hijo.
A pulso
Para los que tenían más cualidades físicas se presentaban otras formas de cuelo, aunque a veces con un gran dosis de riesgo. Uno de los cuelos más comunes era escalar a pulso por una cuerda que se dejaba caer desde la grada, a veces con nudos para facilitar la escalada. Por el Fondo Norte siempre había alguna cuerda colgando por la que se podía escalar hasta arriba y que desaparecía misteriosamente cuando se acercaba la policía. También había una cuerda muy famosa que aparecía en el Fondo Sur esquina con Tribuna. Había partidos donde se podía elegir entre siete u ocho cuerdas, de tal forma que casi había más cuerdas que puertas.
Otra posibilidad de acceso usando las cualidades físicas era usar los estrechos ventanucos que había en Preferencia. Por entre ellos no cabría ni un niño, pero si alguno de los barrotes de separación que había entre entre ellos estaba roto, el hueco era mucho más ancho y entonces la cosa cambiaba considerablemente. Sólo había que llegar hasta el resalte donde estaban, a unos tres metros, cosa no demasiado complicada, pues bastaba un tablón o ayudado por el impulso de los colegas. Una vez arriba, se saltaba sobre los techos de los cuartos de baño, y de ahí, un salto de un par de metros y a correr para la grada.
Los más ágiles en el tema de la escalada libre tenían en la zona de Tribuna todo un arsenal de recovecos y apoyos capaces de habilitar la trepa hasta la terraza del primer graderío, desde donde era subido a pulso por los que allí le esperaban. O desde la esquina de Fondo Norte con Tribuna. Lo peor de todo este esfuerzo era cuando una vez conseguida la proeza, el orgulloso colado se topaba con un policía que le estaba es perando arriba con una sonrisa socarrona.
Desde las torretas de iluminación
Otra práctica que también tuvo mucha aceptación fue subirse a algunas de las torretas de iluminación.
O subirse a alguna de ella, especialmente una entre Preferencia y Fondo Sur, y pasar a la grada a través de un tablón o directamente de un peligroso salto de cerca de dos metros. El riesgo era de grandes dimensiones y más de uno se llevó un serio susto y algún que otro contratiempo. El 29 de enero de 1978 se produjo un trágico accidente en el que un hombre resultó muerto al caer de una grada metálica que se había habilitado en Fondo Sur. En un principio parecía que la víctima sufrió el fatal accidente intentando acceder irregularmente por dicha grada, aunque luego se pudo aclarar que era alguien ya ubicado en ella y que por extrañas circunstancias cayó al vacío.
Cuelos al mogollón
Había partidos en los que en alguna puerta de acceso, sobre todo en Tribuna, se formaba una aglomeración de personas deseosas de entrar por la cara; y en un momento dado se producía la estampida hacia dentro, cosa que duraba hasta la intervención policial.
Los pases de favor
Quizás sea uno de los reductos que quedan hoy de los cuelos de antaño, pues aún siguen vigente, aunque en mucha menor dimensión que hace unas décadas, donde había “pases de favor” por todos lados. Y no sólo los oficiales, es decir, con la entrada o pase correspondiente, sino que también estaban los que se beneficiaban del colegueo o familiaridad con el operario de turno para conseguir su beneplácito para colarse por la mismísima jeta.
Cuelos por la “jota”
También tenían acceso al estadio todos los chavales de los equipos de las categorías inferiores del Club. La entrada de todos ellos era por la puerta “J”, en Preferencia, ya cerca de Fondo Sur. Allí se congregaban todos los equipos con su entrenador, que era el encargado de agruparlos y darles entrada con el visto bueno del portero. Ni que decir tiene que entre los grupos de chavales siempre había alguno que, sin pertenecer al equipo en cuestión, se aprovechaba de las circunstancias, y echándole un poco de cara, se metía en el estadio.
Cuelos por la “jeta”
La maquinaria de la imaginación gaditana se ponía a funcionar a toda máquina para desarrollar estrategias de cuelos. Estos derroches de picaresca no tenían tanto riesgo físico, pero sí que había riesgo de hacer un ridículo gordo.
Entre estas estrategias estaban aquellos que se colaban mezclándose entre los integrantes de la banda de música. Pero claro, para no dar el “cante” era necesario llevar algún instrumento. Había uno que se colaba con una pandereta infantil de pastorcito. O aquel otro que se colaba con un bombín de bicicleta a modo de flauta. Incluso una vez llegó a salir al campo con la banda.
También estaban los que perfectamente enchaquetados y engominados se confundían entre los directivos del equipo rival. Y claro, el portero, que no conocía a los directivos, ni cuántos entraban, no se atrevían a detener al colado de turno. El problema era que el acceso siempre era por la misma puerta de Tribuna y, claro, llegaba un momento en que al portero le mosqueaba que el mismo directivo estuviese en todos los equipos que visitaban Carranza.
Otro cuelo que se hizo muy popular fue uno que se colaba con un bloque de hielo echado al hombre. Entraba muy rápido, pidiendo que le abrieran paso, que iba directo a dejarlo en la cantina.
También había quien pedía a los de dentro que les tirasen sus entradas e intentaban volver a entrar con ellas, aunque para ello era necesaria cierta complicidad del portero.
Los “jetas” más sofisticados se falsificaban un carné y le colocaban su foto. Algunos iban más allá y ya no se conformaban con el cuelo, sino que querían hacerlo con “recochineo”. Un exponente de ello era aquel que se colaba con un carné falsificado, pero en lugar de llevar su foto, llevaba la del periodista Iñaki Gabilondo.
Imaginación al poder
Como cierre a este repaso de cuelos, cabe destacar uno especialmente trabajado y sofisticado. Era aquel que convencía a un portero para que lo dejase entrar con la excusa de decirle o dejarle algo importante a un familiar que estaba dentro, asegurando que saldría enseguida; y que como garantía dejaba en depósito su reloj o su DNI. Una vez dentro del estadio, se iba a otra puerta y convencía a otro portero para que lo dejase salir unos minutos para un asunto de urgencia, advirtiéndole que se quedase con su cara o le diese un ticket o algo para que luego le volviese a dejar entrar. Una vez fuera del estadio volvía a la puerta por donde entró y certificaba a este portero que ya estaba fuera, pidiéndole que le devolvese la prenda en depósito, despidiéndose cordialmente. Y ahora volvía a la puerta por donde había salido, para volver a entrar por ella con el beneplácito del portero que le dejó salir.
Y así se podrían seguir contando situaciones y anécdotas, de las que seguro que cada gaditano y cadista tendrá algunas que aportar. Porque otra cosa quizás no, pero ingenio e imaginación sobran en Cádiz.
Y eso sin contar los cientos de cadistas que veían los partidos desde las torretas de la luz, la famosa pasarela de Loreto o los balcones y terrazas de los pisos colindantes.
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