El mito del «Tiki-Taka»
En el fútbol actual se ha sobrevalorado la forma de jugar sobre el resultado, hasta el alcanzar el mito del «Tiki-Taka».
Simplificando al máximo el fútbol, se puede decir que se fundamenta, básicamente, en dos objetivos, en cuya consecución estriba su esencia:
- Marcar gol (ataque).
- Que no te marquen gol (defensa).
Para que el resultado sea positivo es necesario que haya un desequilibrio entre estos dos objetivos en favor del primero, esto es, que el número de goles marcados sea mayor que el de recibidos. Y a partir de esos objetivos iniciales, se determina el reglamento y entran en juego los múltiples factores deportivos que desarrolla cada equipo para conseguirlos.
Infravaloración de la defensa
Pese a la máxima esencia del gol, la “salsa del fútbol”, a veces se infravalora en demasía el segundo objetivo, el elemento defensivo. No obstante, tan importantes es una cosa como la otra, incluso la segunda certifica una mayor garantía de éxito. La cuestión se resuelve muy fácilmente: un equipo que cumple al máximo el segundo objetivo (no recibir ningún gol) es imposible que pierda. Puede empatar o ganar, pero nunca perder. Por el contrario, nadie puede garantiza que marcando, por ejemplo, cinco goles, puedas terminar perdiendo. También es cierto que se puede hacer una objetivación a la inversa, es decir: no recibir ningún gol no garantiza ganar (se puede empatar como mal peor), mientras que se puede ganar habiendo encajado cinco goles. En cualquier caso, parece claro que la esencia final del fútbol es marcar y que no te marquen gol.
Los medios por encima de los fines
Sin embargo, en el fútbol actual parece que esas dos premisas, sobre todo la primera (marcar gol) queda supeditada a otros factores, anteponiendo los medios a los fines, las formas al fondo. Me refiero a lo que se viene a llamar “buen fútbol”, “jugar bien”, el “jogo bonito”, o lo que viene en denominarse el “tiki-taka”. Incluso el Diccionario Oxford ha incluido la palabra “tiki-taka” con la siguiente definición: “Un estilo de juego que involucra un alto porcentaje de pases cortos con énfasis en la retención de la posesión del esférico”. Desde esta perspectiva se considera que “jugar bien” es hacer un fútbol de posesión del balón, de jugadas largas, de triangulaciones, de cambios de juego, de primer toque, de participación de todo el equipo, de iniciar la jugando saliendo desde la línea defensiva, etc. A eso se le considera “buen fútbol”. A la inversa, el juego fundamentado en el fútbol directo, en llegar al área contraria de un “balonazo”, la priorización de las facetas defensivas, el juego aéreo, etc. viene a ser considerado como un “mal fútbol”, “fútbol del pelotazo”, “fútbol rudimentario”, “primitivo” y otros muchos calificativos peyorativos. Independientemente de los gustos de cada uno, lo que realmente sigue siendo importante y no puede olvidarse en ningún momento es en la esencia del fútbol: marcar y que no te marquen.
¡Viva el circo!
Cuando el llamado “buen fútbol”, cuando ese “jugar bien”, culmina llegando al área contraria y haciendo más goles de los que se encaja, parece perfecto. La imagen evidente de este planteamiento sería el FC Barcelona de Pep Guardiola. Pero claro, no cualquier equipo está en disposición de hacer este tipo de juego, pues para ello es necesario contar con unas individualidades de una gran potencial técnico, jugadores de mucha calidad. Incluso en estos casos excelsos como el del FC Barcelona, también se termina agotando el sistema (más información en el arículo «FC Barcelona ’14: el final de algo más que un ciclo«), bien porque van cambiando o envejecimiento los jugadores, bien porque resulta demasiado previsible para el rival, que organiza su estrategia para anularlo o minimizarlo. En algunos casos, más excepciones que otra cosa, esa forma de juego puede ser aplicada con éxito a equipos de “menores”, pero con un entrenador que apuesta por esta forma de entender el fútbol. En estos casos, esas cualidades técnicas (buscadas en la confección de la plantilla) deben complementarse con otras variables, sobre todo de compromiso colectivo y de planteamiento táctico. La imagen de este perspectiva sería, por ejemplo, el Rayo de Paco Jémez. Parece claro que teniendo jugadores de grandes potencialidades técnicas, se anteponga esta condición y se haga valer sobre el terreno de juego, pues es muy posible que con ello se avance en la consecución de los objetivos. No tendría sentido tener a jugadores de esta condición y despreciar este tipo de fútbol. En este caso, un ejemplo sería el Real Madrid de Jose Mourinho. Hasta ahí, nada que objetar.
El problema es cuando esa forma de jugar resulta inoperante de cara a la portería rival, o todavía peor, cuando esa forma de jugar supone una ventaja frente a las cualidades del adversario. Cuando el potencial técnico del equipo no es suficiente para ganar el partido. Es decir, cuando se olvidan los objetivos esenciales del fútbol: marcar y que no te marquen. Si por mucha posesión de balón que se tenga, mucha salida del balón desde atrás, muchos toque, muchos pases, muchas diagonales, cambios de juego, etc. al final no se llega a portería o se llegan pocas veces y con mucha dificultad, eso nunca puede catalogarse de “jugar bien”. Se podrá decir que ha sido un juego muy técnico, vistoso, espectacular, entretenido (para algunos, claro) y todo lo que se quiera, pero si no se priorizan los objetivos esenciales, eso termina siendo “jugar mal”. Un ejemplo de esta situación sería el FC Barcelona post-Guardiola. El concepto de “bien” y “mal” en cualquier juego o deporte, y el fútbol no es una excepción, debe venir determinado por la consecución de los objetivos y no por el desarrollo del mismo. Lo demás es “circo”, “show”. Me hace gracia escuchar algún comentarista o cronista cuando dice cosas parecidas a esta: “el equipo hizo un gran partido, jugo muy bien, sólo le falto tirar a puerta”. Y esto no lo invento, esto se dice. Es un auténtico sinsentido, cómo se puede decir que “jugó bien” si no tiró a puerta, salvo que se trate de un equipo muy inferior que ha planteado el partido para el empate a cero. Como si hacen piruetas y exquisitas contorsiones… ¡Viva el circo!
¡Viva el fútbol!
Por el contrario, tenemos a ese otro concepto de fútbol fundamentado en el juego directo, en el lanzamiento de balones al área, en sacar el balón de atrás de un pelotazo, en la máxima intensidad, en el juego aéreo, etc. Evidentemente las potencialidades técnicas de estos equipos y de sus individualidades es mucho menor que las del planteamiento anterior, pero en el fútbol no sólo vale la variable técnica. Hay otras variables, tanto o más importantes, como la táctica (planteamientos, estrategias, posicionamientos, cambios, etc.), la física (velocidad, fuerza, salto, fondo, coordinación, etc.), la psicológica (intensidad, concentración, resiliencia, moral, autoestima, etc.) o la misma condición de equipo como unidad. Posiblemente este tipo de juego resulte para muchos menos atractivo, menos bonito, pero si con ello el equipo consigue su objetivo, será inevitable hablar de “buen juego”, de haber “jugado bien”. Y dejo claro que si en el primer caso, el del “tiki-taka” se consiguen los objetivos esenciales, pues maravilloso, nada que objetar. Se trata, simplemente, de priorizar los objetivos: marcar y que no te marquen. Como muy acertadamente dijo el periodista inglé Richard Wlliams: «El fútbol es una competencia por goles, no estética. Es hermoso cuando se combinan ambos, pero no es la idea”.
El mito del «Tiki-Taka»
En los últimos años, y teniendo como fundamento esa concepción errónea del “jugar bien”, del “tiki-taka”, hay como una exigencia a que todos los equipos jueguen así, con posesiones largas y todo eso. Si un equipo “menor” se enfrenta a uno claramente “superior” y lo hace con sus armas, esto es “jugándole de tú a tú”, “descarado”, “equilibrando la posesión”, etc., da igual que pierda, incluso que le metan cinco, porque ha “jugado bien”, ha dado una “buena imagen”, ha sido “valiente”, etc. Se olvida nuevamente la esencia del fútbol. Por el contrario si ese mismo equipo “menor” hace un planteamiento defensivo, de máxima intensidad y presión, encerrados atrás y buscando una contra, dando balonazos, etc. y termina sacando un empate e incluso una victoria, se despreciará el resultado en base a su forma de jugar. ¡¡¡¡Qué absurdo!!!! Esa es la esencia del juego, los objetivos y no los modos. Algo habrá que anotar en su haber. Bien es cierto que de partida, el equipo “menor” tiene casi todas las probabilidades de perder, juegue de la forma que juegue, pero seguro que de la segunda tiene más probabilidades que de la primera. Conjeturemos diciendo que jugándole de tú a tú tiene un 5% de posibilidades de éxito y jugando a la defensiva tiene un 7%. Esto es puramente especulativo, pero parece evidente que en la mayoría de las ocasiones en las que un equipo “menor” ha conseguido un resultado positivo (un empate ya lo es) frente a uno “grande” ha sido jugando a la defensiva.
Sables y garrotes
De entrada, a cualquier entrenador de un equipo “grande”, al que se le presuponen jugadores de altas condiciones técnicas, lo que más le preocupa de un rival “menor” es precisamente eso, que se encierre atrás, que les “monten el autobús”. Por el contrario estarían encantados de enfrentarse a un equipo “menor” que les jugase de tú a tú, desde el convencimiento que en esa lucha tiene todas las de ganar, incluso golear. En este sentido siempre utilizo la siguiente metáfora:
“Se trataría de un duelo entre dos sujetos, uno de los cuales es un gran especialista en el uso del sable, mientras el otro es un garrulillo que lo único que maneja bien en el garrote. Entonces el primero propone disputar el duelo a sable y el segundo lo acepta. Todos quedarán maravillados del espectáculo, pero el garrulillo saldrá lleno de pinchazos. No obstante, aplaudirán su valentía y disposición para aceptar el reto. Cualquiera podrá pensar que lo lógico es que el garrulillo se negará a combatir con sables y propusiera el garrote, arma con la cual tendría más posibilidades. Pero claro, igual de lógico sería pensar que su propuesta no fuese aceptada. En este caso, el planteamiento se resolvería en que cada cual eligiera libremente el arma con la que pelear, eligiendo uno el sable y otro el garrote. Posiblemente el garrulillo siga perdiendo el duelo, pero de entrada, tendrá más posibilidades que usando el sable y, en el peor de los casos, algún garrotazo podrá endiñar”.
Lo malo de este falso mito del “tiki-taka” es que, fundamentado en que es lo “correcto”, lo “bonito”, lo “valiente”, lo “plausible”, etc. muchos entrenadores lo han querido aplicar a sus equipos sin que éstos tengan las más mínimas condiciones para ello, conduciéndolos inexorablemente al fracaso. ¡Cuánto daño ha hecho Guardiola a la Segunda “B”! Para hacer este tipo de fútbol, como ya se ha dicho, hay que tener los mimbres necesario para ello, no está al alcance de cualquiera. Y aún así, o se tiene un gran dominio en este “arte” o siempre hará falta combinarlo con otros factores. Sin embargo, muchos equipos quieren hacer este tipo de juego adoleciendo de muchas carencias técnicas, lo que provoca continuas pérdidas de balón en zonas peligrosas del campo y con la línea defensiva desguarnecida, para congratulación del rival. Siguiendo con la metáfora, es como si el garrulillo cogiera el sable, no digo ya para enfrentarse a un rival superior, sino a otro garrulillo con su buen garrote.
La sobrevaloración de la posesión
Un factor íntimamente asociado al “tiki-taka” es la posesión, el tiempo de posesión del balón. Uno de los mayores absurdos que contagian al fútbol actual. Y no menos cuestionable es la aseveración de que “la mejor manera de defender es teniendo el balón”. Esto no es del todo cierto. El tiempo de posesión no tiene que ir inexorablemente asociado al peligro sobre la meta rival, pues se puede tener mucha posesión y no tirar a puerta y viceversa. No digo que sea lo normal, pero pasa en muchas ocasiones. La aseveración tiene su correspondiente argumentarlo: el equipo que no tiene la posesión, que defiende, lo hace replegado en su línea defensiva y presionando la salida del balón del rival, mientras que el que tiene la posesión mantiene su línea defensiva abierta y desplegada, dejando muchos espacios, de tal manera que una imprecisión, una pérdida de balón puede permitir al contrario plantarse en su puerta con una clara ocasión de gol. Otro símil muy gráfico sería el de un combate de boxeo, donde un primer púgil corretea alrededor de su oponente con un exquisito juego de piernas, y soltando el brazo en repetidas ocasiones, aunque sin llegar a hacer daño de verdad debido a la segura defensa del segundo, que se mantiene agazapado tras sus brazos; pero a una de éstas en que el primero descuida algo su defensa, el segundo suelta un tremendo derechazo que tumba al rival. ¿Acaso alguien dudará de la justicia del KO, pese al bonito juego de piernas y despliegue de movimientos del púgil que yace en la lona?
Grecia, Campeón de Europa
Particularmente soy de los pocos que disfrutan más del juego de máxima intensidad y fuerza, de choque, de presión, de saltos, de lucha cuerpo a cuerpo, de centros y cabezazos, de una fuerte línea defensiva, expeditiva y quitándose el peligro mandando el balón al área contraria de un patadón. Fuera peligro. Soy de los pocos que tiene como referente futbolístico (uno más, no el único) a la selección de Grecia que ganó la Eurocopa de 2004 en Portugal, pues con un equipo con muy pocas condiciones técnicas, un equipo “menor” supo contraponer otras variables del fútbol para imponerse a equipo de una calidad técnica muy superior.
Supo usar bien el garrote frente al sable y se cargo a la España de los Casillas, Puyol, Xavi, Raúl o Torres en la fase de grupos; a la Francia de Zidane, Vieira, Henry o Trezeguet en cuartos; a la Chequia de Cech, Poborsky, Rosicky o Nedved en semifinales; y a la anfitriona Portugal de Figo, Rui Costa, Cristiano o Deco en la gran final. Y con un grupo de jugadores que no pasaban de ser mediocridades, al menos en su faceta técnica, en su calidad. Y todavía hay algunos que minimizan esta gran proeza, una de las mayores del fútbol. Eso, lo que hizo Grecia en aquella Eurocopa de 2004 es llevar el fútbol a su máxima esencia, el fútbol en estado puro, eso sí que fue “jugar bien”, JUGAR MUY BIEN.
Para marcar gol, ¡hay que chutar a puerta!
Esto no quiere decir que no disfrutase también con el fútbol del Barça de Guardiola, cuando ese despliegue de toques acababa en un disparo a puerta, una ocasión de gol o en gol. Pero no en los rondos absurdos de posesiones interminables sin resultado alguno. A los que les gusta este tipo de fútbol les debe apasionar el balonmano, pues en muchas ocasiones se despliega un tipo de juego parecido, con la salvedad de que en el balonmano se sanciona el juego pasivo, considerado como pasarse y pasarse el balón sin llegar a tirar a puerta. Una situación similar puede verse en el baloncesto, donde también se sanciona el exceso de posesión, de tal manera que hay un tiempo determinado (actualmente creo que son veinticuatro segundos, incluyendo ocho para pasar de campo). Es decir, lo que en otros deportes colectivos no sólo no es apreciado, sino incluso sancionable, en el fútbol parece haberse convertido para algunos en la máxima expresión del mismo.
Reducción de pases y tiempo
Me planteo, y dejo la interrogante a la reflexión del lector, la siguiente pregunta: ¿qué tiene más mérito marcar un gol en dos o tres toques de balón, utilizando para ello apenas unos segundos; o hacerlo con una posesión de quince o veinte pases y utilizando para ello varios minutos? Cada uno tendrá su opinión, pero parece que para muchos “entendidos” se valora más la segunda opción. El valor es el mismo, el premio del gol. Eso está claro. Para mi humilde opinión, tiene mucho valor lo conseguido con el menor número posible de pases y tiempo. El razonamiento es pura lógica, para qué dar veinte pases, pudiendo hacerlo en tres; y tardar varios minutos lo que puede hacerse en segundos. Son muchos los goles conseguidos con esta ley del menor número de pases y tiempo, pero será fácil recordar aquella derrota de la selección española en Belfast frente a Irlanda del Norte por 3 a 2 en partido clasificatorio para la Eurocopa de 2008, resultando dos de los goles irlandeses frutos de dos balonazos de su portero. O más recientemente, el segundo gol conseguido en el Mundial de Brasil de 2014 por Uruguay frente a Inglaterra, que suponía la victoria, con un saque largo del portero Muslera, una prolongación de cabeza de Cavani y el balón que le llega franco Luis Suárez que termina anotando el gol. Máxima efectividad, dos pases y apenas cuatro segundos. ¿Para qué más? Por otro lado, es fácil comprobar que la mayoría de los goles no son frutos del juego de toque y posesión, sino más bien todo lo contrario.
Conclusión
La conclusión de esta reflexión es no olvidar los objetivos esenciales del fútbol: marcar y que no te marquen. Independientemente de las formas de conseguirlos, que cada uno tendrá sus particulares gustos, lo importante es el objetivo. Tan válido es el fútbol tipo “tiki-taka” como el fútbol “directo”. Todo vale, dentro del reglamento, para conseguir el objetivo, pero ni el “tiki-taka” representa el “jugar bien” (juega bien el que gana), ni si se pierde jugando al “tiki-taka” la derrota debe considerarse injusta, salvo cuestiones arbitrales, que ese es otro tema. Todo lo demás es… “circo”.
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